
Introducción
La equidad de género en el ámbito político ha emergido como un eje fundamental en
la construcción de democracias incluyentes y representativas. En México, el proceso
de apertura hacia la participación femenina en los espacios de poder ha sido lento,
pero progresivo, marcado por la lucha histórica de las mujeres por el reconocimiento
de sus derechos políticos y por la transformación de estructuras institucionales que
por décadas reprodujeron patrones patriarcales. A partir de las reformas legales en
torno a la paridad de género y de la consolidación de políticas públicas enfocadas en
la inclusión, el liderazgo político de las mujeres ha ido ganando terreno en la esfera
pública. No obstante, la presencia de mujeres en cargos de representación no siempre
se traduce en condiciones de equidad real, pues persisten barreras estructurales que
limitan su acceso, permanencia y eficacia en el ejercicio del poder.
Este boletín teórico aborda el fenómeno del liderazgo político de las mujeres en México
desde una perspectiva de equidad de género. Su propósito es analizar los avances,
obstáculos y desafíos que enfrentan las mujeres para consolidar liderazgos
transformadores, así como identificar las condiciones que favorecen su
empoderamiento y eficacia en los espacios públicos. Se parte del reconocimiento de
que el liderazgo femenino no es homogéneo ni debe ser reducido a una cuestión
numérica, sino que debe comprenderse desde las relaciones de poder, los contextos
sociopolíticos y las intersecciones entre género, clase, etnia, edad y territorio. La
equidad, en este sentido, exige no solo igualdad de oportunidades formales, sino
condiciones sustantivas que permitan ejercer el poder con autonomía, seguridad y
capacidad de incidencia.
Marco conceptual: liderazgo, género y equidad
El concepto de liderazgo ha sido tradicionalmente asociado con figuras masculinas
que encarnan autoridad, fuerza y control. Esta concepción hegemónica ha excluido
otros modelos de liderazgo más colaborativos, empáticos y horizontales, que han sido
históricamente promovidos por las mujeres en diferentes ámbitos. El liderazgo político
con enfoque de género rompe con esta visión jerárquica del poder y plantea una
redefinición de las relaciones sociales, en las que el cuidado, la inclusión y la justicia
sean ejes rectores de la acción pública.
La equidad de género, entendida como el reconocimiento de las diferencias y la
necesidad de corregir desigualdades estructurales, se convierte así en una
herramienta analítica para pensar el liderazgo femenino más allá de la presencia
cuantitativa. Permite analizar las condiciones en las que las mujeres acceden al poder,
los obstáculos que enfrentan, las formas en que son percibidas socialmente y las
posibilidades de transformar las instituciones desde su experiencia situada.
Evolución histórica del liderazgo político femenino en México
La participación política de las mujeres en México tiene raíces profundas que se
remontan a las luchas revolucionarias y a los movimientos sociales del siglo XX. Sin
embargo, su institucionalización comenzó con el reconocimiento del derecho al voto
en 1953 y se fortaleció en las últimas tres décadas a partir de reformas que
promovieron las cuotas de género y, más recientemente, la paridad en todos los
ámbitos del poder público. Este proceso normativo ha sido acompañado por el
surgimiento de liderazgos femeninos en el ámbito legislativo, ejecutivo y judicial, así
como en los partidos políticos y la sociedad civil.
No obstante, el liderazgo de las mujeres ha enfrentado constantemente resistencias
simbólicas, materiales y políticas. Durante décadas, las mujeres fueron relegadas a
roles secundarios o simbólicos dentro de los partidos, sin acceso real a los órganos de
decisión. Su participación era tolerada siempre que no desafiara los liderazgos
masculinos ni cuestionara las lógicas patriarcales. Fue necesario que las propias
mujeres se organizaran, construyeran redes de apoyo y se formaran políticamente
para disputar esos espacios. Ejemplos como el de Rosario Ibarra de Piedra, primera
mujer candidata a la presidencia en 1982, o el de mujeres indígenas como Eufrosina
Cruz, que denunció la negación de su derecho a ser electa en su comunidad, ilustran
la persistencia y el impacto de liderazgos femeninos en contextos adversos.
Diagnóstico actual: avances y brechas
En la actualidad, México cuenta con uno de los marcos legales más avanzados en
materia de paridad política. La reforma constitucional de 2019 estableció la paridad
de género como principio rector en todos los niveles de gobierno, lo que ha permitido
que, por primera vez en la historia, las mujeres ocupen de forma paritaria el Congreso
de la Unión y múltiples espacios en los congresos estatales y gobiernos municipales.
También ha habido avances en el nombramiento de mujeres en órganos autónomos,
en la judicatura y en el servicio público.
Sin embargo, la equidad de género en el ejercicio del liderazgo político aún enfrenta
desafíos importantes. Las mujeres siguen siendo minoría en las dirigencias de partidos
políticos, en las candidaturas ejecutivas de alto nivel y en los espacios de decisión
estratégica. Además, enfrentan barreras como la violencia política de género, la falta
de acceso equitativo a financiamiento y redes, la carga desproporcionada de trabajo
doméstico y de cuidados, y la discriminación simbólica y estructural en los entornos
institucionales.
Violencia política y resistencia femenina
Uno de los obstáculos más graves para el liderazgo político femenino es la violencia
política en razón de género, que busca desalentar, castigar o impedir la participación
de las mujeres en la vida pública. Esta violencia se expresa en agresiones físicas,
verbales, simbólicas, psicológicas, económicas y digitales, y tiene como objetivo
limitar el ejercicio libre y autónomo del poder por parte de las mujeres. A pesar de la
existencia de un marco normativo que tipifica esta forma de violencia, la impunidad y
la revictimización siguen siendo prácticas comunes.
Frente a este contexto, las mujeres han desarrollado diversas estrategias de
resistencia. Han creado redes de apoyo, han impulsado reformas legales, han
denunciado públicamente los actos de violencia y han recurrido a instancias
nacionales e internacionales para defender sus derechos. Estas formas de resistencia
no solo protegen a las víctimas, sino que también visibilizan las estructuras de poder
que reproducen la violencia y promueven una cultura democrática basada en el
respeto y la igualdad.
Mujeres liderando desde la diversidad
El liderazgo político de las mujeres en México es profundamente diverso y está
atravesado por múltiples identidades. Mujeres indígenas, afrodescendientes, jóvenes,
rurales, migrantes, con discapacidad y de la diversidad sexual enfrentan desafíos
diferenciados, pero también aportan perspectivas valiosas para la transformación de
la política. El reconocimiento de esta diversidad es fundamental para construir una
democracia inclusiva y plural.
Ejemplos como el de María de Jesús Patricio, vocera del Congreso Nacional Indígena y
primera mujer indígena en aspirar a la presidencia desde una candidatura
independiente, o el de Clara Brugada en el impulso de políticas feministas desde el
gobierno local, muestran que las mujeres pueden ejercer liderazgos transformadores
desde diferentes territorios, ideologías y trayectorias. Estos liderazgos no solo
enriquecen la agenda pública, sino que también cuestionan los modelos tradicionales
de ejercicio del poder.
Formación, redes y sororidad como pilares del liderazgo
El fortalecimiento del liderazgo político de las mujeres requiere condiciones
específicas que favorezcan su desarrollo. Entre ellas, destaca la necesidad de
procesos de formación política con perspectiva de género que permitan a las mujeres
comprender el funcionamiento de las instituciones, conocer sus derechos, adquirir
habilidades de negociación y desarrollar estrategias de incidencia. Asimismo, es
fundamental el acompañamiento institucional y comunitario que brinde respaldo
frente a los desafíos del poder.
La creación de redes de mujeres políticas ha sido una estrategia efectiva para
intercambiar experiencias, construir alianzas y promover agendas comunes. La
sororidad, entendida como solidaridad entre mujeres basada en el reconocimiento de
sus luchas compartidas, se convierte en un valor político que permite enfrentar
colectivamente los obstáculos del sistema. Estas redes y alianzas han sido claves para
impulsar reformas legislativas, visibilizar casos de violencia política y promover la
participación de mujeres en espacios estratégicos.
Políticas públicas e institucionalización de la equidad
Para avanzar hacia una equidad de género real en el liderazgo político, se requiere la
implementación de políticas públicas integrales que aborden las múltiples
dimensiones de la desigualdad. Esto implica garantizar el acceso equitativo a recursos
económicos, técnicos y logísticos para las campañas políticas; establecer
mecanismos de protección y atención a mujeres en situación de violencia; fomentar
la corresponsabilidad en el trabajo de cuidados; y promover una cultura
organizacional igualitaria en las instituciones.
La institucionalización de la equidad de género también debe reflejarse en la creación
de observatorios de participación política, mecanismos de evaluación con perspectiva
de género y sanciones efectivas ante el incumplimiento de los principios de igualdad.
Las instituciones electorales, los partidos políticos, los órganos de gobierno y las
organizaciones de la sociedad civil tienen un papel crucial en este proceso.
Retos futuros y propuestas de transformación
El liderazgo político de las mujeres en México ha avanzado significativamente, pero
aún enfrenta retos estructurales que deben ser abordados de manera integral. Entre
los desafíos pendientes se encuentran la erradicación de la violencia política, la
transformación de la cultura patriarcal, la ampliación de la representación diversa y el
fortalecimiento de mecanismos de rendición de cuentas con enfoque de género.
Algunas propuestas clave para consolidar la equidad de género en el liderazgo político
incluyen: implementar acciones afirmativas con enfoque interseccional; reformar los
procesos internos de los partidos políticos para garantizar participación efectiva;
fortalecer las capacidades institucionales para prevenir y sancionar la violencia; y
garantizar la transversalización del enfoque de género en todas las políticas públicas.
Reflexiones finales
El liderazgo político de las mujeres en México ha sido, y continúa siendo, un pilar
fundamental en la transformación democrática del país. Su irrupción en los espacios
de decisión no solo ha contribuido a corregir desequilibrios históricos en materia de
representación, sino que ha enriquecido de manera sustantiva la agenda pública al
incorporar temas largamente postergados como la justicia de género, los derechos
reproductivos, el combate a las violencias estructurales y el reconocimiento del
trabajo doméstico y de cuidados. Más allá de la inclusión formal, las mujeres han
impulsado una redefinición del poder desde una lógica ética, comunitaria y de
corresponsabilidad, alejándose del ejercicio vertical, competitivo y excluyente que ha
caracterizado históricamente al liderazgo político tradicional.
Este nuevo liderazgo, que coloca en el centro el bienestar colectivo, la escucha activa,
la sororidad y el diálogo social, representa un cambio de paradigma con impactos
profundos en la calidad de la democracia. Las mujeres no han llegado a la política para
replicar los viejos esquemas, sino para transformarlos, resistiendo al mismo tiempo a
un sistema que frecuentemente las violenta, las desacredita o las instrumentaliza. Su
permanencia y efectividad, sin embargo, dependen de que existan condiciones
estructurales que garanticen la igualdad sustantiva en el acceso, ejercicio y disfrute
del poder.
Para que este liderazgo sea sostenible, transformador y verdaderamente igualitario, es
indispensable desmontar los entramados institucionales, culturales y simbólicos que
aún reproducen la exclusión. Esto implica no solo leyes progresistas o cuotas de
participación, sino el diseño y la implementación de políticas integrales que
reconozcan las múltiples formas de discriminación que afectan a las mujeres según
su clase, etnia, edad, orientación sexual, discapacidad o lugar de origen. La equidad
de género no puede reducirse a un criterio técnico de balance entre mujeres y
hombres; debe traducirse en resultados tangibles, en vidas dignas, en liderazgos
seguros, autónomos y reconocidos.
El enfoque desde la equidad de género nos ofrece una mirada crítica que va más allá
de la presencia numérica de mujeres en cargos públicos. Nos invita a examinar las
condiciones de participación real, las dinámicas del poder, los sistemas de valoración
social y la manera en que se distribuyen los recursos, la autoridad y el reconocimiento.
La democracia, si aspira a ser más que un procedimiento electoral, debe incorporar
esta mirada estructural que cuestione las desigualdades normalizadas y promueva
una redistribución del poder en todos los niveles.
Avanzar hacia ese horizonte de igualdad sustantiva es una tarea colectiva. Compete al
Estado, en su función rectora, garantizar los marcos normativos, los recursos y la
voluntad institucional necesaria para proteger, impulsar y acompañar a las mujeres en
su ejercicio del poder. A los partidos políticos les corresponde democratizar sus
estructuras internas, erradicar las prácticas patriarcales y abrir paso a una nueva
cultura de liderazgo. A las instituciones les toca asegurar entornos libres de violencia
y condiciones equitativas de desempeño. Y a la ciudadanía, mantenerse vigilante,
crítica y comprometida con un modelo de sociedad que no tolere la exclusión de
ninguna mujer de la vida pública.
Solo cuando las mujeres puedan ejercer el poder sin miedo, sin obstáculos y sin
condicionamientos, estaremos en condiciones de hablar de una democracia
verdaderamente equitativa. Ese es el futuro que la equidad de género reclama: uno en el que las mujeres no solo estén presentes, sino que lideren, transformen y decidan en
libertad.